YO Y EL POLVO CON EL COMPAÑERO DE PISO DE MI FOLLAMIGO
Acabé empapado con aquella follada. Dos polvos seguidos. A todo ritmo. Qué tío. Cómo me calentaba. Cómo me exigía más. Cómo aguantaba mis pollazos. Cómo me retaba. Cómo me pedía que le ahogara. Y qué bien le respondía. Me sorprendía. Físicamente no me ponía mucho, pero lo cerdazo del chaval y el riesgo de la situación me llevó a funcionar como el conejito de Duracell. Así terminé bañado de sudor, el suyo y el mío; de su lefa, la suya y la mía. Necesitaba ducharme.
Me levanté de esa cama que usaba por primera vez, me separé de aquel tío con quien quedé por primera vez y me encaminé al baño. Sin necesidad de preguntar dónde se encontraba. Ya lo sabía: primera puerta frente a la cocina, nada más entrar de la calle, apartado del salón, cerca del dormitorio donde me había corrido encima de aquel chico, lejos del cuarto de su ausente compañero de piso.
Me metí en la ducha. Había dos botes de gel: uno de Dove y otro de Sanex. Había dos botes de champú: uno de Elvive y otro de Fructis. Había dos esponjas: una amarilla y otra azul. Había algo más amarillo: un albornoz, unas toallas, un cepillo eléctrico de Oral-B. Podría apostar, y ganaría, a que todo lo amarillo, como el Dove y el Elvive, no pertenecían al tío que se había tragado parte de mí, con el que cerré el sexo con un beso blanco, mojando nuestros labios con nuestras leches. No.
Todo aquello, como el perfume de Calvin Klein o la espuma de afeitar y el aftershaves de Gillete; o la crema de Biotherm… todo aquello correspondía a su compañero de piso, al moreno que me estuve tirando una temporada, al alicantino con cuyo semen lubricaba mi polla para pajearme y acabar cuando él ya se había ido; al comercial de Naturgy cuyas babas me había comido por última vez quince días atrás; al veinteañero al que lamí su cuerpo como follamigo, como ligue, como intento de novio, como follamigo, como ligue, como intento de novio… y así cíclicamente durante cuatro meses.
En ese tiempo que estuve subiendo a esa casa cerca de Jesús de Medinaceli, el único ser vivo, aparte de mi ‘ligue’, con el que me crucé fue con ‘Shakira’, un canario anaranjado del que presumía que cantaba tan bien como la colombiana que le bautizaba, pero que nunca pió delante de mí. Solo él. Jamás me crucé por el pasillo o por el salón o por la cocina con el que me acababa de triscar.
Conocía de su existencia porque mi ‘follamigo’ silenciaba sus gemidos o me tapaba la boca para acallar los míos para no molestar. Entendía que coincidíamos porque mi ‘novio’ me cambiaba a otra postura para no golpear la pared con el movimiento de la cama para no incordiar. Pero jamás nos vimos. Tal vez mi ‘ligue’ me mostró alguna foto juntos. Tal vez le mostró a él alguna juntos. Pero no nos guardamos en la memoria. Carecíamos de curiosidad del uno por el otro.
Cuando nos saludamos en grinder, por tanto, nos tratamos como lo que realmente éramos: desconocidos cachondos, sin nexos comunes. Y así habría seguido si nos hubiéramos citado en mi casa, pero quedamos en la suya, en esa dirección anotada ya en el gps de mi móvil.
Podría haberme callado. No advertir. Evitar el riesgo de perder aquel culo que se me ofrecía en pompa para penetrar. Pero por educación, por tacto, por prudencia, y por si me encontraba a quien no descartaba retornar como follamigo, ligue o novio, le alerté.
-¡Tú eres el famoso José!
-¿El famoso?
-El que le saca el mal genio picándolo. El que viene y va. Me habló de ti, pero tampoco mucho. Que estabas pillado por él. Que tuvisteis un tonteo y que se quedó ahí. O sea, que no tienes nada con él. O sea, que puedes tener algo conmigo.
Bueno, no compartía ni eso de ‘pillado por él’ ni lo del ‘tonteo’ ni lo de ‘picándolo’, mi ego clamaba por matizarlo, pero mis huevos reclamaban descargarse y el compañero continuaba interesado en que se vaciaran con él. He ahí lo sustancial. Y he ahí lo importante: mis cojones se aliviaron dos veces y se acercaba la tercera. Cuando regresé al cuarto envuelto en la toalla amarilla, mi nueva adquisición me esperaba empalmado, masajeándose el pecho con la leche que aún no se había retirado. Al verme, se levantó, se acercó a mí, me arrancó la toalla y me susurró, que ciertas cosas siempre se susurran aunque nadie más ronde ni la habitación ni el piso.
-Me gusta lo cerdo que eres
-¿Yo soy cerdo?
-Sí. Cuando entras en confianza te gusta escupir, pegar bofetadas, se nota que te ponen los gemidos y el sexo duro. Como a mí. A mí me gusta experimentar distintas cosas para saber si me gusta o no. Me gusta un sexo fuerte, disfrutarlo, a veces hasta tomar el control. Me gusta complacer y que me complazcan. Y podías hacerlo asfixiándome otra vez.
El agarrarle del cuello me lo ordenó durante el folleteo. Y yo, servicial, obedecí. Y me encantó contemplarle sufrir y gozar con mi dominio completo sobre él, con mis manos sobre su cuello, mi aliento sobre el suyo y mi polla en su culo. Se deleitaba como pocos.
-Lo descubrí con una pareja que tuve. Un día follando me cogió del cuello y yo a él y nos pusimos muy cerdos. No lo hago con todo el mundo. De hecho, desde que terminé con mi novio, fuiste la siguiente persona con la que pasó.
Dicho lo cual, se metió mi cipote en su boca. Andaba reposadita y al poco la despertó. Intenté arrancársela porque con tanta fricción me hacía daño y me apartaba la mano como un perro gruñe a quien se le acerca a la comida. Me rendí a la garganta y la lengua de aquel instrumento del diablo o de Dios. Cuando se sació del biberón, alzó la cabeza de mi pinga a mis ojos y me imploró con exigencia, o me obligó con piedad.
-Déjame que te coma el culo y después me asfixias, ¿vale?
A eso solo se podía responder de una manera.
-Vale.
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