YO Y LA MORCILLA

La gente me miraba mal, pero no creo que por ir sin mascarilla. Me parece que más bien porque me estaba colando de todos ellos: de la parejita de veinteañeros cogidos de la mano, de las amigas de carcajadas sacadas del catálogo de Zara  y del matrimonio maduro que venció el miedo al coronavirus y se atrevía a cenar en aquel restaurante en el que pagabas más por la terraza en el Paseo de Recoletos y por el pianista interpretando jazz suave que por la comida.

            -Señor, ¿a dónde va? Tiene que esperar a que le den mesa.

            -No se preocupe. Solo voy a saludar, a aquella pareja de allí.

            A aquel con el que me había liado varias veces semanas antes de la pandemia, con el que coqueteé todo el confinamiento, el que me lloraba por vídeos corriéndome, el que se grababa en la ducha para mí. Quien me telefoneaba de madrugada, quien me consultaba qué dibujo tatuarse cuando se pudiera. Ese que no podía quedar porque vivía en Parla, que no quería propagar el coronavirus, que mejor esperar a la Fase 2, que total, unos días más. Ese que se reía bobaliconamente y acariciaba a un chico saltándose todo distanciamiento social. Claramente o se trataba de convivientes o habían convivido alguna noche.

            -Hola, qué tal, Ángel.

            -¡José!

            ‘Las caras, Juan, las caras’. Esa cara de incertidumbre y sorpresa bien valía una crisis sanitaria. Y la de desubicación de su acompañante también. Me presenté

            -Hola, soy José.

            -Miguel

            -Te daría dos besos, pero no parece prudente, que tenemos una pandemia universal.

            Se rió. Rapado, fuerte, de barbita y guasón. Él, majo. Y Ángel, obligado a explicarme.

            -José es amigo de Manu, el novio de Roberto.

            -Ese soy yo, ‘el amigo de Manu, el novio de Roberto’. Y tú, ¿el novio de Ángel,  no?

            De allí saldría como un chismoso cotilla, pero con todo las piezas posibles de mi puzzle mental.

            -Jajaja. El novio, el novio desde hace ya casi dos años.

            -¿Y tú por qué no estuviste en el cumpleaños?

            -¿Qué cumpleaños?

            -En el que conocí a Ángel.

            Aclaró.

            -El cumpleaños de Manu, al que no pudiste venir.

            -Ah… es verdad. Me tocaba guardia.

            No me jodas. Encima de guapete y agradable, ¿médico en una crisis sanitaria?

            -¿Médico? ¿Un héroe? ¿Tengo que invitarte al vino que estás tomando?

            -Jajaja. No. Bueno… tú verás. Soy abogado. Estaba de turno de guardia.

            -No te invitaré al vino, pero me quedaré con tu teléfono por si acaso te necesito.

            -Jajaja.

            -Por cierto, ¿no estaré interrumpiendo vuestra primera cena romántica tras meses separados?

            -Jaja. Qué va. En cuanto entramos en la Fase 0 nos vimos ya.

            -Y alegría

            -¿Alegría?

            -Sexo, follar, vamos.

            -Jajaja

            Ángel también se reía. Por disimular. O porque realmente se descojonaba de la situación. Había entendido que no buscaba ninguna escena. Solo angustiarle un poco. Dejarle al descubierto, en evidencia, aun solamente para mí

            -Bueno, sigo para casa. Voy dando un paseo. Hay que aprovechar que luego lo prohíben. Siempre que puedo voy caminando a todas partes. Y justo venía del centro caminando, y te he reconocido, Ángel. 18.000 bares y restaurantes en Madrid y eliges el que me pilla de camino. Y me he dicho, ¿espió detrás de los maceteros o voy a saludar? Pues a saludar, que resulta más digno. Y que qué pinto yo escondiéndome, ni que nos debiéramos dinero. Si no nos debemos nada, ¿verdad, Ángel?

            -Jajaja. Qué gracia tienes. A ver si esto pasa y organizo algo en casa y te pasas.

            -Ojalá, Miguel. Me encantará.

            Justo llegó el camarero con los platos. Croquetas, calamares y chips de alcachofas. Pasarían hambre. Raciones escasas. Me permití sugerir.

            -Morcilla. Pedid morcilla. Tomar morcilla, Ángel.

            Y me largué.

 


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