ÉL Y EL DIRECTOR DEL PERIÓDICO

Al director, el recepcionista le abre el torno sin necesidad de pasar tu tarjeta. También le saluda, no lo hace con todos. El director toma las escaleras de la parte noble del edificio, las de las paredes forradas de mármol. Al llegar al primer piso, su piso, le deslumbra el luminoso con el nombre y el logo de su grupo de comunicación y el todos los medios que agrupa, su periódico entre ellos. Camina por un pasillo. A la derecha, despachos de directivos. A la izquierda, despachos de directivos. Con vistas a la calle. El suyo no. El suyo da a un patio interior, a las rotativas que ya no imprimen, se externalizó la impresión.

            El director atraviesa ese ministerio soviético de los 80. Pasa a la zona de paredes cambian a pintadas de un blanco ya beige. Donde se suceden puertas acristalados y rotuladas con departamentos que no sabe exactamente a qué se dedican. Frente a él, ahora, lo que parece una salida de emergencia con su ojo de buey, con la cabecera de su diario encima del dintel, en la imposta. Empuja y entra en su redacción.

            El director repasa a su gente. Sus redactores pueden creer que les examina, que les vigila, que les radiografía. Pero no. Simplemente a algún lugar deben mirar mientras avanza a su despacho. Sin interés. Sin fin. Sin maldad. Su única reflexión no va con ellos, va con el ruido, con el bullicio: ninguno, o casi. Todos los cambios vividos en 30 años en el periodismo habían convertido aulas de instituto en salas de lectura.

            -¡Hey!

            Eso iba por él. Se giró.

            -Qué haces tú por aquí.

            -Venir de visita a la capital del estado opresor ahora que parece que el volcán está dormido.

            -Huyendo del procès.

            -De eso no se puede huir. Por mucho que huyas, te alcanza. Eso siempre está bullendo. Pero es verdad que ahora está más calmado con esto del apoyo a Pedro Sánchez y la concesión de la mesa. Y que ahora tienen que definirse y ver cómo atacan a España y cómo se atacan entre ellos, cómo se diferencian. Y si les da por tirar por arriba, por independencia sí o sí, tendremos jaleo. Si les da por tirar por algo más suave, pues te vas a acabar aburriendo del tema, que será interminable pero mucho más relajado. No vas a vender periódicos con eso.

            El director aprecia a Tomás. No escribía mal. No cubría nada mal la matraca catalana. Sabía ignorar el espectáculo de la política de allí, la distracción fingida o real de su pirotecnia verbal, e identificar lo categórico, lo sustantivo, la proteína de aquello. He ahí su mérito en un lugar donde siempre sucedía algo, siempre había giros, siempre bronca, siempre gente con ganas de liarla. Siempre había banderas en los balcones, siempre miles dispuestos a manifestarse, siempre una calle cortada, siempre un parlamento cerrado, siempre un líder acabado, siempre un dirigente renaciendo, siempre unas declaraciones lógicas, siempre unas locas, siempre superioridad casi racista, siempre leyes de complicada interpretación, siempre fotos de portada, siempre titulares de primera. Siempre mucho folclore ideal para indignar al lector, pero no tanto baile como para asustar al ciudadano, al menos por ahora. Acertó al pasarlo de Cultura a Nacional el año pasado.

            -No echas de menos cubrir el Festival de Peralada.

            -Jajaja. Que Peralada no, pero que el Circuit sí, que he salido perdiendo 400 o 500 euros.

            Silencio. El director siempre se calla cuando espera que su interlocutor desarrolle, cuando considera obvio que debe aclarar sin necesidad de expresárselo.

            - El Circuit te lo venden como una fiesta de la diversidad, pero son chulazos cachondos y drogados de toda Europa en bañador dispuestos a follar en cualquier esquina. Yo cada agosto lo cubría. Vendía crónicas de color para la sección de Cataluña y para la de verano. Si hasta les he sacado en el Dominical. Todo muy facilito. Y con esa excusa, tenía un pase y copas gratis, para disfrutar de la fiesta y follar a diario. Y además, que me agasajaban, porque ellos te ven como prensa, la prensa seria que lo cubre, que pueden llegar a otra gente, que se envían enlaces… yo qué sé, que me trataban como en ningún otro sitio. Y ahora ya que no lo cubro pues ya no me tratan igual. Y no voy a pedir cubrirlo, no queda serio firmar un día de Torra y Puigdemont y al siguiente de fiestas de espumas

            Silencio.

            - Follar follo igual. Que ya estuve el año pasado y todo igual que siempre, pero antes con la tontería del reportaje tenía la excusa para entrarle a los buenorros o a los tíos interesantes, que va mucho europeo de nivel, y ahora ya tengo que tirar del ‘estudias o trabajas’. Pero bueno, que todos los dramas sean esos.   

            La madre del director, a todo aquello, sentenciaría ‘qué desperdicio’. Tomás era como los reporteros de las películas de corresponsales de guerra: con su mochila bandolera, su cazadora colgando de ella, con su camisa abierta, con sus dockers caídos, sus zapatilla deportivas, con sus greñas rizadas, su barba de días, su metro ochenta, su amplia espalda, su buena planta. El director otea a su alrededor. No encuentra nada parecido cerca en ese momento. Igual el que cubre inmigración, igual uno de los de fotografía, pero el resto… el de Televisión, bajito; el de local, un tirillas; el de internacional, un oso; el de tribunales, sin cuello; el de inmobiliario, rechoncho; el de ciencia, huesudo… El director vuelve a Tomás. Sigue con el Circuit.

            -Qué tal tu padre. No  sé de él desde que se prejubilo.

            -Ahora le ha dado por cultivar un huerto en la terraza. Tiene todo lleno de tiestos y a mi madre desesperada con la tierra por toda la casa.

            -Dale recuerdos, ¿vale?

            -Se los daré.

            El director continúa hacia su despacho. Ahora sí repara intencionadamente en su equipo. En su ropa. Al fijarse en sus cuerpos, reparó que solo él vestía traje de chaqueta y corbata: El de inmigración, camisa suelta; el de fotografía, sudadera; el de tele, una camisa de cuadros; el de local, una camiseta; el de internacional, un jersey; el de tribunales, una camisa lolaila; el de inmobiliario un polo. Y todos con vaqueros.

            -¿Podemos hablar?

            Daniel. Jersey blanco de cuello cruzado. Cree el director. Igual ese cuello, ese color no se describen así. Preguntará a Vela, de moda. Y por los zapatos, o zapatillas, esos que se asemejan a balón de los inicios fútbol. De cuerpo, Debía de estar fofo y fondón debajo del jersey, aunque lo disimulaba

            El director le indica que entre a su despacho. Mientras cuelga la chaqueta en el perchero y se sienta, Daniel cierra la puerta y se coloca detrás de una silla.

            -Sobre la oferta de esta mañana…

            Silencio.

            -Es una gran oferta… Ser el jefe de opinión de uno de los grandes diarios españoles… Es un honor, de verdad. Pero quería saber si puedo seguir yendo a las tertulias. Puedo dejar las de la radio, las de la Cope y Radio Nacional, pero me gustaría mantener las de las teles. Creo que dan visibilidad al medio. Que yo salga y traslade la opinión del diario da mayor proyección. La gente que me escuche y se identifique con nuestros valores entrará en la web. Dan proyección, sí.

            -Las tertulias solo dan proyección al tertuliano. Y a veces para mal. Y tú lo sabes. Muy bien, creo.

            -Bueno, lo que se dice en directo no siempre puede hilarse y da confusión. Twitter también da reveses. Y hay que estar. Y las tertulias…

            Dinero. El director piensa en eso. La de terrorismo se saca un buen sobresueldo.

            -No, qué va.

            Vanidad. El director piensa en eso. A la de cultura ahora la saludan los actores en los estrenos.

            -No, no es eso.

            Ego. El director piensa en eso. El corresponsal de Bruselas se negó a cambiarse a Londres porque aspiraba ya a la subdirección.

            -No, para nada.

            -Daniel, hace tres años escribías facherío en un periódico ultra de barrio y mamadas en la revista del Real Madrid. El anterior director te dio una columna. Yo, hoy, te doy la jefatura de opinión. ¿No la quieres? No hay problema.

            -Claro que la quiero, pero si pudiera seguir de tertuliano

            Silencio.

            -Es que desde que salgo en las tertulias ligo más, follo más. La gente me entra más por grindr. No sé. Por ser famoso, por mis opiniones, porque les atraigo y ahí me expongo más,  porque ahí se atreven a más… no sé, pero, joder, no quiero perder eso.

            Con eso no había contado. Carecía de sentido en esa situación, no en otras: becaria o redactora que mejora posición, redactor o jefe que aprovecha su situación y todas las variables posibles con sexo, ambición, miedo, superioridad, hombre, mujer...  El directo recuerda los sobeos que ha contemplado, las insinuaciones que ha escuchado, al redactor estrella de nacional que debería sacar de la redacción, igual una con una corresponsalía.

            El director recuerda a su padre. Tenía un pequeño supermercado. Con empleados. Cada noche, al volver a casa, mientras contaba el dinero, contaba el día. Anécdotas de los clientes, historias de los trabajadores. Jamás le escuchó nada así. Nunca nada como lo que él puede relatar a sus dos hijos. Tampoco nadie le premió. Salvo a los actores y a los periodistas, a los profesionales, a los fontaneros o taxistas, a los contables o comerciales, nadie los galardona. Daniel, que sigue justificándose, tiene dos, o tres, o cuatro. Las amistades y la popularidad ayuda a estas cosas.

            -Daniel, un jefe de opinión forma el ser argumental del diario, lo construye. Debe captar las dudas de un país en cuanto a un hecho, en cuanto a una situación, en cuanto a un personaje y darle una interpretación veraz y honesta, que trascienda lo maniqueo y lo inmediato, para que los ciudadanos no se muevan a tientas. Debe conforme a los principios editoriales, que nunca se ocultan, que son guías, pero que no son orejeras. Muy parecido a lo que debe ser la información. Casi idéntico. Pero mientras que en la noticia damos un hecho, en la opinión damos un juicio. Guiamos, somos lazarillos. Tanto en editoriales como en columnas, pero ahí, en los artículos firmados, el jefe de opinión no debe encerrarse, debe invitar a todo aquel que pueda aportar, aun siendo disidente de nuestra moral o fundamento. Y todos, unos y otros, deben ser los mejores, hay que buscarlos, alejarse de las camarillas y de los simples y cazar a los mejores. Para hablar de un coche o de un acuerdo económico, sean de un partido o de otro. Asumiendo que a veces, por el bien del país, habrá que explicar al lector que una posición contraria a nuestra base ideológica es la correcta en ese momento.

            -Qué bonito.

            -Tú eres incapaz de cumplir con eso. Eras alguien que escribía reportajes con un cierto estilo y que ahora copia argumentarios con un cierto estilo. Un básico sectario con tres ideas. Oyes al contrario, pero no le escuchas. Alguien a quien le transmiten una directriz y la cumple sin cuestionarla. Que critica a alguien como podría elogiarlo.

Solo lo determina si le cae bien, por lo que sea, a su amo. Eso eres tú, Daniel. Y eso es lo que se necesita ahora. Propaganda. Tres ideas simples y a correr. Aquel es malo y este es bueno, eso es malo y esto es bueno. Y ya está.

            -Director…

            -Puedes seguir con tus tertulias, Daniel. Con todas. Como si no pisas la redacción. Mientras cumplas, me da igual. ¿Vale?

            -Pero eso que has dicho…

            -Eso que he dicho es verdad. Tú lo sabes, yo lo sé, los lectores no sé si lo saben, pero les da igual. La gente busca reafirmarse, y no en ideas, en trincheras. Han identificado a este diario en una trinchera y se vienen aquí. Y nosotros queremos gente aquí. Y si le ofreciéramos lo que tú eres incapaz de darles, posiblemente nos dejarían. Y no son tiempos para perder a ningún seguidor.  Es lo que se necesita ahora, lo que te pide la casa, el diario. Ahora hacemos política, no periodismo. Aprovéchalo. Igual algún día todo cambia. E igual en breve no se te necesita. Hoy la opinión está en los titulares y en la composición de la página más que en los editoriales que no lee nadie o en columnas que no lee nadie tampoco.

            Daniel se va sin debatir, ni noqueado ni enfadado: satisfecho. Ya solo, el director no filosofea sobre el periodismo sino sobre la decoración de su despacho. El anterior

tenía una maqueta del Bernabéu, un hemiciclo armado con legos, una caricatura del viñetista, la foto de la primera redacción, una en acto con los reyes, otra de Miguel Delibes con un ejemplar, y el primer número y el j’accuse de Emil Zola enmarcados. Solo dejó lo de los escritores. Y en casi un año, él solo había añadido los números de los últimos dos meses en el sofá y tres informes encima de su mesa: de ingresos, de tráfico y posicionamiento en Internet y de propuestas para rediseñar continente y contenidos.

            -Oye.

            Su adjunto. Cincuentón desastrado y descuidado. Otro prototipo de las películas de periodistas.

            -Lo de los chinos se está poniendo interesante.

            -Pero si apenas hay infectados. ¿cuántos hay? ¿Cuántos muertos?

            -Cerca de 50. Hoy se les ha muerto el segundo. Y ya hay casos en Tailandia y Japón.

            -Esto va ser como lo de las otras veces. Mueren 4 y nos gastamos millones en vacunas que caducan.

            -Romero ve a los chinos nerviosos.

            -Romero quiere ir al Wuhan

            -Sí.

            Silencio.

            -En Pekín no le van a contar nada. Y en Wuhan al menos ve qué pasa y vendemos que estamos allí donde apareció un nuevo bicho.

            -Que vaya. Y dile a Sociedad que prepare algo de cómo respondería España si llegase un virus así. Y que encuentren los de Ciencia a un virólogo o epidemiólogo o infectólogo o lo que sea que pueda escribir una columnita con cuatro claves ahora y con cuatro claves cuando vayan pasando cosas, ¿vale?

            -El novio del de Educación es algo así. Está en el Carlos III.

            El director duda, no quiere ser malinterpretado, pero hay confianza y la misma onda.

            -En tus años, en la facultad, ¿había mucho marica?

            -Me estoy dando cuenta ahora. Yo hubiera dicho que no. Serán las épocas, que la gente se lo guardaba. O que estudiaban otra cosa. Qué sé yo

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