YO Y PEDRO EL CRUEL
Me
gusta el remo. En el gimnasio. Jamás remé ni siquiera en el estanque del
Retiro. Sudo en esa máquina, pero nunca sé si me ejercito bien. Mi centro
carece de monitores de sala o de cuñados dispuestos a corregirte, y los
agradecería más ahí y en eso que en las tertulias de Antonio Ferreras o Carlos
Herrera. Por eso me soprendió la aparición de aquel musculado de pantalón
cortito a lo rugby y camiseta de tirantes a lo baloncesto:
-Perdone, señor, lo hace mal.
Señor… ¡Qué verdad! Le sacaba 20
años y como él a mí 20 kilos en músculos. Tras obligarle al tuteo y a que se
presentará, me advirtió de que nada de
espalda encorvada por no sé qué historia y nada de elevar los brazos por otra
no sé cuántos. No me enteré de nada, me distraían otras cosas: sus ojitos
negros expresivos, sus hoyuelos al sonreír, sus labios evolucionados para el
beso y la felación
-Te invito a un café por el
asesoramiento si me enseñas también a utilizar aquella de allí.
-¿La de aperturas?
-Esa
-Hecho.
Busquen en youtube ‘maquina de
aperturas’; guiño, guiño, codazo, codazo
Así fue como nos conocimos y como nos
repasamos en las duchas descaradamente, sin miedo. Como yo me empalmé recorriendo
su cuerpo de toro y él mis pelos de oso. Y como el café lo pospusimos para otro
día: vivía en Alcorcón y venía a entrenar a Madrid, a 14 kilómetros de su casa,
a 30 minutos en cercanías. Y ya se hacía tarde. No podía arriesgarse a pasarse
una hora esperando en el andén. Pero antes de irse, Cenicienta me lo tenía que
explicar: ¿qué hacía entrenándose tan lejos en un Vivagym más sin ninguna
máquina o entrenador especial?
-Quiero estar fuera del infierno
donde vivo. Mis padres se divorciaron, viví con
mi madre en Canarias, me vine a Madrid hace un año, a estudiar y a vivir
con mi padre. Pero todo ha ido fatal. Mi padre se volvió a casar y está con una
mujer superconflictiva. Que me odia. No me soporta. Allí discuto todo el
tiempo. Todo el tiempo me enfrento a ella. Me afecta. No como bien, no
descanso. Estoy buscando trabajo para irme de allí. No aguanto más. Quiero
irme, pero no lo encuentro. Duermo en un catre en un trastero casi.
Yo un empleo no le iba a dar. Ni
tampoco una habitación. Pero le pude ofrecer escaparse de esa casa unas horas y
dormir en una cama más cómoda. Y comprensión claro, comprensión. Y según ganaba
en confianza, perdía en sexo, que tampoco perdía tanto porque no destacaba
mucho, pero cierto es que animaba más que una paja. Pero me tuve que olvidar de
eso porque pasé de ser Manolo a ser Manoli. De chulazo a mariliendre, de semental
a vaca, y ni lechera. Leche, la de los cafés que empezamos a tomarnos de verdad.
En los que me narraba como iba su vida: que si ya encontró un empleo, que si ya
encontró una habitación, que si ya encontró un chico, Marcos… un chico rubio,
de su edad, delgadito, afeminado, con cornamenta.
-Siempre hay alguien que me excita.
Simplemente me dejo llevar por el físico. Y como siempre aparece alguien más
atractivo que él, pues entonces siempre me acabo yendo con ellos. He tenido la
buena suerte de que siempre hubo gente muy guapa que me ha entrado. Si Marcos
fuera muy guapo, me quedaría sólo con él. Pero no es muy guapo, es muy bueno,
eso sí.
Se acostaba con otros y no se lo
ocultaba, se lo contaba. Y además, cualquier plan lo anteponía al muchacho: el
gimnasio, compras, amigos, incluso visitar a la malvada madrastra. Y se lo
reconocía.
-Nunca me justifico. Siempre digo
las cosas a la cara. No tengo tacto. Pero me da igual. Me la suda lo que la
gente pueda pensar. No tengo remordimiento. Ni tampoco lo rectifico.
Rompieron. O no. O sí. O sea.
-No me soporta, pero luego vuelve.
Le dice a todas sus amistades que
si
supieran cómo soy realmente, lo basura que soy, me odiarían. Pero luego, todos
los días llamándome. Que si me extraña, que si me echa de menos. ¡Pero si
estuvimos cinco meses! Tampoco tiene que exagerar tanto. El otro día me dijo
que podíamos seguir quedando para ser amigos y follar. Que no se imagina la
vida sin mí. Que le da igual si follo con otras personas, que solo quería
verme.
Y Pedro, a veces aceptaba. Y pasaba
alguna semana con él en su casa. En un piso por Delicias con gimnasio y piscina
comunitaria. Allí Marcos le mimaba.
-La gente piensa que me está
ganando, o que me utiliza. Y les hago sentir que sí. Es parte de mi táctica. Es
como el sexo: Hay gente a la que le gusta que le aplasten los huevos, otros que
no besan, que solo va a su rollo. Cada cual busca su morbo, pero no se dan
cuenta que si estoy haciendo eso no es porque sea su morbo, sino porque es el
mío.
Traduje aquello como que su vanidad,
su narcisismo y egoísmo se debía más a que le dejaban serlo que a que lo fuera
realmente. Que jamás se disculparía con nadie porque implicaba que necesitaba a
ese alguien, que no podía pasar de él y que eso no lo aceptaba. Y le pedí que
se distanciara de Marcos, que le bloqueara, que no atendiera sus peticiones,
que se comportara como el sensato, que le dejara llorar una temporada para que
no llorara todos los días. Y él me respondió con su cara de golfo, su sonrisa
de pícaro y sus gestos de travieso. Justo lo que hacía que siempre le
disculpara y aceptara otro café. Pero esta vez, añadió una frase:
-Vine como un niño bueno de
Canarias y me convertí en un bicho aquí en Madrid.
Como el gym cerró, mis
conversaciones con Pedro también. Sentía curiosidad por saber cómo pasaba la
cuarentena y le escribí un wasap una tarde de coronavirus y me asaltó con una videollamada.
Caminaba por la calle. Con guantes y mascarilla.
-Cómo va, José.
-Yo bien, pero tú, qué haces.
Alzó una bolsa del Carrefour
-¿De la compra?
Rio.
-No.
-¿Entonces?
-Me voy a casa de un tío, a follar.
Puso su cara de pillo.
-¿Te estás saltando el
confinamiento?
-Ya me lo he saltado seis veces.
-¿Y si te pilla la policía?
-Lo tengo todo mentalmente
preparado. Les digo que tengo un amigo que está supermal y me pidió que le
lleve comida y que si no me creen, me pueden acompañar
Paró, enfocó al interior de la
cesta, mostró lo que llevaba: huevos, tostadas, paté, pasta, atún, piña en su
jugo…
-También me hice un justificante,
como de que estoy trabajando en algo y puedo circular.
Se sacó un papel de la cazadora que
enseñó al móvil. No se leía nada. Sí se notaba un sello de algo.
-Pero no me muevo mucho. Lo máximo
que me he alejado de mi zona son dos kilómetros, normalmente no paso de los 500
metros. Y no voy y me marcho al rato. Me quedó hasta el día siguiente, o paso
unos días.
-¿Y te parece bien?
-Ay, no me recrimines. Me sentía mal
en casa, encerrado, necesitaba salir un poquito, me iba a deprimir, necesitaba
relajarme un poquito. Se me iban las energías. Y esto me da para unos días.
-¿Y los compañeros de piso?
-Bah, tenemos una relación de hola y
chao. Y no puedo tratar mucho con ellos si estoy haciendo esto. No soy ningún
idiota, se darían cuenta de que no estoy en casa. Cuando estoy allí no les
hablo, no salgo, digo que estoy triste, no hago ruido, como cuando salen a
comprar o de noche… así luego no notan cuando no estoy. Lo tengo todo pensado.
-Espero que los polvos que estás
echando lo compensen.
-Sin más. Me distraje, pero no fue
nada de guau. Pero por mi culpa. No se me levantaba, no me duraba mucho
empalmada. Yo creo que son los anabolizantes o la testosterona, lo que me estoy
inyectando.
-¿Te inyectas para los músculos?
-No te conté. Me extraña. Yo lo que
hago, lo cuento. Sobre todo a ti.
De nada serviría una regañina, de
nada afearle esas noches de pijama. Le daría igual. Puede que algo le afectara,
que reflexionara, pero no cambiaría.
-Cuídate.
-Tranquilo, si voy con la mascarilla
y los guantes. Y…
Hurgó en el bolsillo.
-…gel del alcohólicos ese. Y yo creo
que ya después de este, me iré a pasar unos días con mi ex, con Marcos. Pero no
sé, no tiene ‘smart tv’ y me voy a aburrir.
Era un sinvergüenza irresponsable,
pero gracioso. Cuando pasara todo esto, le telefonearía. Y ya me las apañaría
para meterlo de nuevo en mi cama y castigarlo bien. Ya le daría yo pollazos por
los ancianitos, por los sanitarios, por las cajeras, por los panaderos, por las
farmacéuticas, por los limpiadores, por Marcos…
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