YO Y LA PIONERA CORONAVÍRICA


Invité a Miriam a una fiesta eurovisiva. De esas en las que el homosexualismo imita el comportamiento del heterolismo en una final de la Champions, pero entonando algo con más sentido que un ‘oeoe’ y sin chándal, eso se lleva a otro tipo de fiestas. Mi amiga Miriam estaba encantanda, ilusionada: jamás había asistido a ninguna. Se estrenaba. Su primera vez para insultar las actuaciones de Reino Unido y Alemania; para adorar el divismo de Grecia o Chipre; para lubricar ante los aniñados de centro-europa o los hombretones de la de Norte; para aplaudir entrega de lo que quedaba de la Rusia de los Soviets; para preguntarse qué coño hace Australia participando; para planificar un viaje a Israel buscando al público que envía; y para abochornarnos por la actuación española. Estaba encantada, pero no vino, que no podía. Que se equivocó de día y ya había comprado entradas para el cine. Vale.
            Invité a Miriam a ver saltar a la Pantoja del helicóptero, comparable para varias generaciones de españoles al pie en la luna: La Pantoja era Neil Amstrong y Jorge Javier era Jesús Hermida. Estaba encantada, pero no vino, que no podía. Que le programaron una reunión de trabajo temprano por la mañana y debía evitar ojeras. Vale.
            Invité a Miriam a seguir el recuento electoral en mí casa. No recuerdo de qué elección, mi mente las confunde como confundo los días del confinamiento: ya no sé si vivo en martes o domingo, ya no sé si me refiero a la de abril de 2019 o diciembre de 2015, ya no distingo. Estaba encantada, pero no vino, que no podía. Que no se podía mover, que la inutilizaba la resaca de un cumple. Vale.
            Invité a Miriam a mi cumpleaños. O sea, a la máquina del tiempo, porque cumpla los que cumpla, los preparo de la misma manera: a lo adolescente de los años 80: gusanitos, patatas y cortezas; aceitunas y pepinillo; sándwiches de nocilla, de paté, de queso y de jamón; pipas y quicos; fantas, cocacola y cerveza; y una concesión a la España del siglo XXI: humus del Mercadona. Estaba encantada, pero no vino, que no podía. Que se planificó un fin de semana romántico a Salamanca con su novio a ver a Leiva. Vale.
            Me ha plantado más veces. Y con excusas como que se había apuntado a una carrera al día siguiente y recogía el dorsal a las 8h. Y con todo, pese a los feos desplantes, nunca dejo de invitarla. Y con todo, aunque me siga desmereciendo el día que me case con alguien que haya conocido en grinder, la invitaré porque ese día habrá llegado gracias a ella. Ella lo habrá hecho posible, ella lo hizo posible hace años.
            Habíamos quedado en Tirso de Molina a tomar algo; a salsear sobre los compañeros del curso donde nos conocimos; a contarnos cómo ella se había reconvertido en ‘comunity manager’ y a mí me disfrazaban en la empresa de autónomo; de cómo le estaban resultando los últimos ligues y de cómo yo no ligaba nada.
            -Y por qué no te haces una aplicación para ligar. Mi compañero de piso estaba como tú, que no ligaba. Todos los findes por Chueca, mucha miradita toda la noche y luego a dormir solo. Se bajó una de esas aplicaciones, Grindr me parece, una con una máscara negra o naranja, y no para en casa. Está todo el día fuera follando.
            -Y por qué no los lleva a vuestra casa.
            -Porque nuestra casa no está para llevar a nadie. Bastante que no se nos cae encima, pero por lo que pagamos y en Atocha… pero no cambies de tema, que donde folla él da igual. Que te hagas de una de esas aplicaciones tú. Prométeme que te la harás.
            Se lo prometí, lo cumplí… y por eso Miriam eternamente estará invitada a cualquier evento de mi vida y yo tendré que resignarme a sus ausencias, justificadas o injustificadas, con cualquier pretexto elaborado o sencillo. Yo disculparé y me creeré todas, salvo una: el coronavirus, que eso ya lo pasó. La primera en contagiarse cuando el virus procedía de la importación italiana y no de la fabricación nacional. La primera perder el gusto y el olfato de todos mis amigos. La primera en ingresar en un hospital camino de la saturación. La primera por la que me angustié y pregunté. La primera a la que aplaudieron los médicos. La primera en pillar una simple gripe mientra yo seguía frecuentando las saunas… ella siempre es la primera en todo, adelantada, pionera…, hasta en casarse, boda a la que asistí. ¡Cómo faltar! ¡Qué igual me daba otro consejo de esos que cambian la vida, como el de bajarme una aplicación de citas! Gracias a su recomendación me sentí y entendí a Lina Morgan en ‘El último tranvía’. Concretamente en ese momento en el que esa referencia del humor costumbrista de una tanda de españoles a los que el coronavirus diezma y asusta,  decía maravillada aquello de “toda la vida en Almansa sin comerme una uva y ahora de repente todo un viñedo para mi sola”. Y en mi caso, toda esa cosecha gracias una coronavírica, de las adelantadas.


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