ÉL Y EL MADURO


Pablo salió de la cocina con las manos ocupadas y una sonrisa.
            -¡Más cerveza!
            -Como sigamos tomando más cerveza vamos a pasar del puntillo al pedo.
            -Y qué más da. Si no vamos a salir, si nadie tiene que conducir. Podemos beber tranquilamente.
            -Pero cuando vuelva Sergio del trabajo no va a tener.
            -Hay de sobra. Si es lo primero que compramos y tampoco hemos bebido mucho.
            Se sentó en un extremo del pequeño sofá, apartó a un lado de la mesa las cuatro latas de mahou vacías, le ofreció una de las recién traídas a José, abrió la suya y dio un trago. José le imitó al tiempo que maldijo.
            -Puto virus. Qué ganas de volver a la calle. Voy a salir como los toros a la plaza.
            -¿Te gustan los toros?
            -No me disgustan. No tengo nada en contra.
            -Propio de tu generación.
            -Pero qué generación, ni que yo tuviera 80 años. Y eso gusta o no independientemente de las generaciones.
            -No. A mi generación, a la gente joven no le gustan y tampoco los comprenden. A la tuya os puede no gustar, pero lo toleráis más, lo aceptáis más. A Sergio tampoco le gustan, ¿ves?
            -A ver, cuántos años tienes tú.
            -25. Los mismos que Sergio.
            -He visto a gente de tu edad defender los toros.
            -Coño, eres andaluz. Allí todos sois toreros.
            -Y flamencos, no te jode. Y yo no digo que me gusten. Digo que no me disgustan. Que igual es que tu generación no aprendió a distinguir los matices.
            -¿Y cuál es tu generación? Que yo te dije cuántos años tengo y tú no me has dicho los tuyos.
            -Cuántos crees
            -45 o 50, entre 45 y 50.
            -53
            Pablo rió nerviosamente. Se revolvió en el sofá hasta acabar con una posición casi fetal
            -¿Qué te pasa?
            -La gente de tu edad me da morbo. La diferencia de edad. Desde pequeño me han tirado ya maduros. Con 15 fantaseaba con tirarme a un tío mío y se ha quedado por ahí el gusanillo de liarme con gente mayor que yo.
            -¿Solo fantasía?         
            -¡Solo! El hermano de mi madre. No me iba a insinuar ni nada. Joder. Me daba morbo. Me pajeaba pensando en él y ya. ¡Qué vergüenza!
            Sonrisa y sorbo.
            -¿Has tenido novios maduros?
            -No. Siempre como Sergio, de mi edad. Para noviazgo, de mi edad; para simples folleteos, siempre prefiero mayores que yo. De tu edad, a partir de 40. El sexo con alguien mayor es cojonudo.
            -No sé si darte las gracias por eso o si cabrearme porque me llames mayor.
            -Dame las gracias.
            -¿Y qué tenemos los maduros?
            -No sé. Se nota la experiencia.
            -Pero sí hoy los chicos de 20 ya lo habéis hecho todo.
            -Que no, que se nota. Se nota ese rollo de que el pasivo está para darme placer y tal. Y a mí eso me vuelve loco. ¡Ay, qué vergüenza!
            Más risa, más cambio de postura, la de un Buda
            -Ah…
            -En mi edad suelo encontrarme con gente que se preocupa demasiado porque disfrutes, y eso a veces baja el morbo. Si estoy gimiendo y me ves en la cara que estoy disfrutando, creo que no hace falta que preguntes. Yo es que odio la pregunta ‘¿estás bien?’, ‘¿te gusta?’ Si algo no va bien ya lo digo yo. Pero a mí que me pregunten es como que me saca un poco. Porque es en plan, ¿no le estoy dejando notar que estoy disfrutando? Si yo soy muy de hacer notar que me lo estoy pasando bien. Por eso me desconcierta la pregunta. Me baja todo el calentón.
            -En mi vida vuelvo a preguntar a alguien si se lo está pasando bien.
            -Tú tienes pinta de no preguntar.
            -Sí, alguna vez. A veces no sabes si realmente le duele. Y, además, a mí me gusta dar algún cachete.
            -Vamos, que das hostias.
            -No diría eso, hombre, pero si me gusta dominar, y según con quien esté con más o menos dureza.
            -A mí me flipa ser sumisete.
            -Con Sergio…
            -Con Sergio es más como juego puntual que como costumbre.
            -Ok.
            -Oye, él me dice que no, pero tú con Sergio…
            -Jamás. Le conozco desde niño. Yo soy amigo de su hermano mayor de toda la vida. A él lo saludaba si lo veía por Sevilla, pero poco más. Hasta que me lo encontré hará 7 u 8 años en la sauna, en la Híspalis. Comenzamos a hablar y ahora sé más de él que del hermano. Es muy majo Sergio. Y tú, que me he quedado tirado en Madrid con la cosa esta del confinamiento y me habéis dejado que me quede aquí. Esto, cuando vuelva a haber restaurantes, os lo pago con una cenita y copas. 
            -A ver cuándo será eso. ¿Otra?
            La cerveza se había acabado.
            -Otra, pero la última.
            -La última.
            Se levantó a por ellas. Mientras estaba en la cocina, sacándolas de la nevera, José preguntó.
            -Pero con Sergio te lo pasas bien. Te oigo gemir.
            -Ya te dije que soy de hacerme notar. Qué vergüenza
            Se partía. Regresó al salón. Se sentó sobre una pierna, abierto, más cerca de José. Salvo el acomodo, todo se repetía: dos cervezas, apartar vacías, abrir las nuevas y conversación sobre sexo.
            -¿Y has estado con algún maduro, como tú dices? ¿De novio?
            -No. El sexo con alguien mayor es cojonudo, pero a nivel relación hay pocas cosas en común Y las cosas que hacer juntos, pues a veces hay poca coincidencia. Pero el sexo es muy bueno. Solo de pensar en él, me estoy poniendo burro.
            -Se nota.
            José le señaló con la mirada la entrepierna. Sergio le tocó el hombro, dejo caer la mano sobre su muslo. Y rió.
            -Qué vergüenza. Es esta ropa. Todo el día sin más que los pantalones cortos del gimnasio y no se disimula nada.
            -Más cómodo que vas.
            -Ahí suelta. Así se alegra enseguida. Tú, con los vaqueros, pues no se sabe nada. Te los tenías que quitar para que estuviésemos los dos iguales.
            Le miró a aquella parte, a los ojos, a los labios, le volvió a mirar a los ojos.
            -Si quieres me los quito.
            -Vas a pensar que soy un zorrón, luego le dirás a Sergio que te estuve zorreando.
            José se desprendió de los vaqueros. Se quedó con los slips azul abanderado. Con abertura frontal. Por ahí se ojeaba algo crecido.
            -No le voy a decir nada.
            Pablo se acercó hacia José, se colocó a un respiro de él.
            -¿Esto es porque estás borracho, Pablo?
            -Esto es porque me pones y me encanta chuparla.
             Se inclinó, le sacó la polla, comenzó a sobársela, empezó a mamársela. José le acariciaba el pelo, le tiraba de él. Metía su mano por debajo de la camiseta, dándola de sí, excitarle los pezones, pellizcándoselos. O variaba el rumbo e iba más allá del ombligo, de la espalda, a emplear sus dedos. Hasta que le agarraba la cabeza y la agitaba. Cumplía con su actitud: le controlaba, le guiaba, le dominaba. Y le susurró.
            -Vamos a la cama y follamos.
            Pablo paró y se irguió para mirar el reloj del móvil que había dejado encima de la mesa.
            -No. Llega en un rato. Follamos mañana. Ahora déjame disfrutar la mamada.
            Unos minutos más tarde, no muchos, José le manchó los labios, la mejilla, la barbilla. Se corrió en su cara. Sin avisar, solo sus jadeos le advirtieron. Sin preguntar dónde soltarlo, solo la dirección del pene le previno. Al contrario que Sergio, él no le consultó nada. Le encantó. En su interior gritó un viva al coronavirus, al confinamiento, a China. En su interior deseó que el presidente del Gobierno prolongara la cuarentena. Vinculó su placer maduro a las recomendaciones de los expertos sanitarios

           

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