ÉL Y EL COMPAÑERO DE TRABAJO
Bruno lo escribió en su instagram. En una
story. Un texto sobre un selfie en su gimnasio de cross-fit: “Ahora en la
cuarentena, sin deporte, me voy a volver loco. Cómo voy a desconectar. Me he
comprado dos garrafas de cinco litros y le he quitado el palo a la fregona para
no perder forma ni mente”. Había otra story más en la que aparecía la
improvisada pesa. Ambas incluían dos hastags, #BricoCross y #YoMeQuedoEnCasa, y
una serie de nombres de amigos a los que quería mencionar: @noséquién,
@fulandetal, @menganodecual, @aqueldeallí y @elotrodeallá. Sus círculo, su
pandilla. Y el del centro deportivo al que iba.
José
Manuel había vistó aquello. Quiso recomendarle como se ejercitaba él con la
silla o con el puff, con un entrenador en instagram o con un monitor en La 2.
Pero no quiso hacerlo por la red, prefería comentárselo en persona, en el
trabajo. Así que cuando le avistó por los pasillos, se acercó con distancia,
por las medidas contra el coronavirus, y le llamó.
-Bruno,
vi lo de la garrafa. Yo tengo mis trucos.
-Tengo
que hacer, tengo mucho lío.
En
otro momento, entonces. Ambos formaban parte del retén que seguía yendo a
trabajar en el banco. Se había impuesto la norma del teletrabajo desde el
cierre de los colegios, pero aún así se necesitaba gente allí apoyando o
coordinando. José Manuel y Bruno formaban parte de ese grupo. Cada uno en su
área. Unos 20 en todo el edificio.
Bruno lo escribió en su Facebook. En un post,
o entrada, o como se llamara aquello que la gente contaba o repicaba allí. Había
puesto: “Os recuerdo que el fin semana del
7/8 de marzo se celebraron en España: 4.000 partidos de fútbol, 680 de
baloncesto, 1.000 de otros deportes, 18.000 misas,
congreso de Vox en Vistalegre y cines,
teatros, conciertos y centros comerciales permanecían abiertos. Pero
para algunos, el virus es por culpa de la celebración del Día de la Mujer, el
8-M”. Bruno solía difundir cosas así, contracríticas al Gobierno o a
determinadas ideas o movimientos. Le había leído varias en ese tono. Y atacando
a la explotación o desprotección de los trabajadores: “No pidáis comida a domicilio.
Estas empresas ponen en riesgo a sus trabajadores y nos ponen a nosotros
también”.
Un
clásico de su muro lo suponían los recordatorios de los recortes del Gobierno
del PP: “Entre 2011 y 2016, más de 15.000 médicos emigraron de España a otros
países para tratar de ejercer su profesión y España fue el cuarto país que más
recortó en Sanidad solo por detrás de Grecia, Islandia y Portugal”.
Los
ataques a Inditex constituían la novedad de su activismo de tecla de esta
pandemia: “España tiene
tres grandes conglomerados empresariales con sedes en Wuhan: Inditex, la aérea
IAG y la automovilística CIE Automotive. ¿Cuantos directivos viajaron entre
Wuhan y España a lo largo de enero y febrero? ¿Cuántos de Zara?"; Qué bueno Amancio Ortega que va a
mantener todos los puestos de trabajo de Inditex, va a fabricar miles y miles
de mascarillas, va a donar nuevos equipamientos a la sanidad públ... ¡ESPERA!
Que va a despedir como el resto”; “Teniendo en cuenta que las mascarillas se
vendían antes de la crisis a 1 euro las 50 unidades… si Amancio dona 300.000 a
la sanidad publica, dona 6.000 euros. Con el ERTE que le aprueba el Gobierno se
ahorra 72 millones. Y algunos aplaudiéndole. Como a Messi por donar un millón,
tres menos de lo que nos robó a todos estafando a Hacienda”.
José
Manuel había visto eso. Por sus conocimientos y por su puesto sabía que esos
comentarios incluían alguna imprecisión, algún error y bastante falta de
contexto. Pero sobre todo recordarle que alguien podría afearle en público una
cierta incoherencia. Así que cuando coincidió con él recogiendo el almuerzo
quiso avisarle.
-Bruno,
lo de Amancio Ortega y Zara…
-Luego,
luego te veo, que llevo un ritmo.
En
otro momento, entonces. Y se marchó a comer solo delante de su ordenador, como
dictó Prevención de Riesgos Laborales para evitar contagios. Él pertenecía a un
área que jugaba al borde de la ley para mejorar los rendimientos de sus
clientes, y estos días había que calmarlos. Bruno a un departamento que
promocionaba a la entidad como ejemplo de los mejores valores de la sociedad, y
estos días publicitaba los respiradores regalados a la sanidad.
Bruno
lo escribió en su twitter, bueno, más bien subió una foto de la página donde se
recogía el poema: “Cuando es invierno en el mar del norte es verano en
Valparaíso. Otro tiempo vendrá distinto
a este, Ángel González”. Y tomó por costumbre durante una serie de días el
alentar a la resistencia, a la fraternidad, a la humanidad: “Dulce hay ser y
darse a todos, para vivir no hay otro modo. Pablo Neruda”; “Me llega tu rumor, me llega tu rumor atravesando
troncos y ascensores, a través de láminas grises. Federico García Lorca”; “No
te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque
el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se
calle el viento. Mario Benedetti”; “Todo el que
aguarda sabe que la victoria es suya, porque la vida es larga y el arte es un
juguete. Antonio Machado”; “Mi eterna gratitud a los que me quieren, siempre
les recordaré a la hora del sol. Gloria Fuertes”.
José Manuel había visto eso. Le maravillaba y le
admiraba: abandonó la poesía tras el instituto y no recordaba ningún poema. A
duras penas canturreaba dos estrofas seguidas de sus canciones favoritas. Y
solo le venían a la cabeza eso: canciones, y no poesías, para animar a la
gente. Como ‘Color esperanza’, de Diego Torres; ‘Hoy puede ser un gran día’, de
Joan Manuel Serrat; ‘Sobreviviré’, de Mónica Naranjo; o el ‘Dramas y comedias’
de Fangoria. Y de Eurovisión también un buen puñado se podían usar para empujar
la moral en esta situación: ‘La venda’ de Miki, ‘Europe’s living a celebration’
de Rosa, ‘No estás sola’ de Patricia Kraus, ‘Su canción’ de Betty Missiego,
‘Canta y sé feliz’ de Peret, ‘En un mundo nuevo’ de Karina, ‘Estando contigo’
de Conchita Bautista y el ‘La,la la’ de Massiel, compuesta por el Dúo Dinámico
del ‘Resistiré’.
‘Resistiré’ se pinchaba en todos los bloques de España.
En el suyo, un vecino no identificado siempre jalonaba con ella los aplausos. Y
otro, desde el octavo, en cuanto finalizaba la canción, metía el himno de
España es su versión más larga: dos minutos treinta y cinco segundos de la
Marcha Real, que boicoteaban desde un piso de enfrente con el ‘Pobre Miguel’.
Esa guerra diaria vivía en su calle de Chamartín. En la de Bruno, por Malasaña,
por los vídeos que subía a las ocho y poco, el ambiente difería: una pareja cantando
el ‘Darling, stay for me’;
una soprano, suponía, entonando ajustado a su tono el ‘Nessun dorma’; y un chaval con guitarra con ‘A tu lado’ de
Los Secretos’. Y siempre, los vídeos, con unas frases y varias hastags: “Agradecimiento
infinito a los que abren sus balcones y ventanas al mundo. Agradecimiento
infinito a nuestros héroes. Gracias por tanto”, #EnCuarentena, #Gracias,
#YoMeQuedoEnCasa, #EsteVirusLoParamosUnidos,
#Balcones,
#Covid19, #Coronavirus, #Malasana. Mucha almohadilla y mucho tema, pero ninguno del folclore gay.
Así que cuando se topó con él a la salida del baño, aún
restregándose las manos con el gel hidroalcohólico, quiso compartir con él esa
idea.
-Bruno,
además de…
-Acabo
de llegar, hablamos en un rato.
En
otro momento, entonces. Ya le explicaría lo de los temas. O se lo copiaba,
porque pensaba colgarlo en sus redes: cada día, una canción de eurovisión alusiva.
Seguro que sacaba 14. No es que fuera experto en el festival, pero casi. Precisamente,
en una fiesta por el certamen conoció a Bruno. Miguelón, un compañero de
Financiación al Consumo, la montó y allí se lo presentaron como integrante del
colectivo en la compañía. Una novedad: no se lo había cruzado ni por las zonas
comunes ni por el grinder.
Estuvieron
charlando toda la noche, se socorrían mutuamente en aquel botellón con pretexto
con mezcla proporcional de aburridos y malvados. Parlotearon de Extremadura, de
donde provenían ambos, de la empresa, del festival, de los independentistas
catalanes, de las elecciones, y de lo importante, de ligues. Por una
descripción de uno de ellos, José Manuel sospechaba que habían follado con el
mismo. Discretamente trató de averiguarlo, pero no insistió mucho en el tema.
Desde
ese día, además de tomarse un café esporádicamente si coincidía, se agregaron
mutuamente en las diferentes redes. De los que seguía José Manuel, era el que
más publicaba, cada vez que abría el twitter, el Facebook o el Instagram, ahí
le saltaba. Lo agradecía. Le amenizaba con sus historias, con sus comentarios,
con sus fotos, con sus charlas.
Obviamente,
a José Manuel le divertía más gente. Conectaba con sus amigos y familia, con
algún amorcillo pasado y con alguno futuro, cada tarde, cada noche. Pero Bruno
representaba un mundo desconocido e inexplorado frente a los otros. Eso le
liaba para enredarse en su vida virtual. Eso, y el tono empleado en sus
palabras, el cotilleo propio del humano, la atracción de las vidas paralelas,
el aireares de los propios con extraños y el que Bruno era el único con un
cierto trato y camaradería con el que podría divagar y bromear sobre cómo iban
a morir todos o cómo se comería la primera polla que pillara en cuanto acabara
aquello. Con el que evadirse libre y francamente, medianamente, en persona,.
Llevaba
15 días relacionándose con el mundo en una pantalla: con su madre, con su
padre, con su hermana, con su mejor amigo, con su marica mala, con su mariliendres,
con sus compañeros, con su jefe, con sus follamigos, con su ex, con su futuro
ex… en definitiva, salvando la cosa de la imagen, con Siri y con Alexa. Por eso
aceptó sin protestar el trabajar en la oficina: para no olvidar la piel sin
cristal, para no olvidar la voz sin eco, para no olvidar la vida sin retardo y
sin pausas por mala conexión.
Bruno no escribió nada en ninguna parte. Nada
que pudiera servir de excusa a José Manuel para prender una cháchara
intrascendente. Daba igual. Y si lo necesitaba, tiraría de la suspensión de
Orgullo, que eso hermanaba. José Manuel no dejó el encuentro al azar. Lo buscó.
Se quedó esperando en la entrada en el cambio de turno. Ahora, la mitad de los
empleados cubrían unas horas de la mañana y los otros, unas de la tarde. Para
distanciar la plantilla, para reducir exposición, para prevenir infectados,
para salvar la merma de la plantilla. Ahora, con el mismo fin, los trasladaban
en taxi apartándolos del peligroso transporte público. Y de uno de ellos, salía
Bruno.
-Bruno…
-Perdona,
José Manuel, otro día.
En
otro momento, entonces.
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